Nuestro mundo está pasando por un proceso de transformación como consecuencia de la pandemia del SARS CoV-2. Esto es lógico por tratarse de un evento de gran trascendencia como este. Sin embargo, más allá de lo que podría esperarse, esta transformación es todavía más profunda, dadas algunas circunstancias preexistentes. Esta pandemia se encontró con un mundo sumido en una lucha en que sectores de gran poder político y económico buscan la globalización de este, a todos los niveles, y en donde las ciencias desempeñan una parte importante en este proceso.
Thomas Kuhn desarrolló el concepto de “la ciencia normal” que consistía en que las corrientes del pensamiento científico estarían contenidas dentro de una institución, en donde se comparten las mismas reglas y principios. Aquí, los paradigmas aparecen como logros científicos que deben ser universalmente reconocidos. Quienes difieran, son rechazados, anulados y considerados como negadores de la verdad. Esto va en contra del verdadero espíritu científico que, mediante la constante duda y la crítica científica, busca constantemente la verdad.
La ciencia ha venido perdiendo su independencia e imparcialidad. Las investigaciones más importantes son realizadas en instituciones, mayormente universidades, financiadas por gobiernos y fundaciones con claros objetivos políticos e ideológicos. Las investigaciones son vistas como una forma de supervivencia, y los investigadores jóvenes, como la única manera de poder descollar en sus carreras. Se aplica el principio básico de la economía, la utilidad, por el cual el ser humano tiende a satisfacer sus necesidades; en este caso, sus carreras. Quien no publica, perece, y quien publica fuera de la línea dada, perece científicamente.
Una ciencia globalizada se basa en el consenso el cual es una de las mayores perversidades que pueden existir para estas. Este suprime la libertad del pensamiento en un mundo donde la verdad posee muchos componentes. Algunas instituciones docentes y algunos medios de comunicación masiva catalogados como “progresistas”, tienen un papel fundamental en la globalización en general. Muchas universidades han dejado de serlo para convertirse en centros de adoctrinamiento de jóvenes que, de por sí, provienen de una educación preuniversitaria alienante. La universidad debiera significar precisamente lo que implica su nombre: un universo de ideas, donde se practique el debate y respeto por las diferentes ideas y valores. La libertad de expresión es interpretada, actualmente, como el derecho a expresarse dentro del paradigma filosófico y político prevalente y en donde una opinión diferente es rechazada, muchas veces, violentamente.
En este escenario, prevalece lo que ha sido denominado “la cultura de la cancelación”. Los signos externos de esto es la destrucción de monumentos, quema de imágenes religiosas, descalificación de las instituciones del orden público, etc. Pero estos son solo signos externos; la intención va mucho más allá: destruir nuestra civilización actual que está basada en la creencia en un Dios creador de todas las cosas y de quien proviene el derecho natural a la vida, a la libertad y a la propiedad.
Ante una enfermedad de nueva presentación, es lógico que se haya dado un flujo de información proveniente de gran cantidad de estudios nuevos sobre las características del virus. Es entendible que se hayan dado equivocaciones; sin embargo, estas no debían haberse dado en relación con principios básicos de las características del virus y de las medidas básicas de tratamiento médico y de la salud pública; y si se dieron, debieron haber sido aceptadas y corregidas con humildad una vez encontradas. Además, se debía haber mantenido un espíritu científico imparcial, abierto a las diferentes opiniones.
No es necesario tener un conocimiento profundo sobre el virus para iniciar las medidas de control. Se sabía que este era un coronavirus, como el resfriado común, por ejemplo. Por ende, es respiratorio y por serlo, la transmisión es básicamente aérea por lo que es fácil transmitirse de persona a persona. Sin embargo, el paradigma que se manejó, intencionalmente o no, fue, que no era de transmisión aérea y que no se transmitía de persona a persona. También se indicó que, el uso de mascarillas no solo era innecesario, sino que su uso producía más riesgo. Tampoco es necesario conocer profundamente al virus para iniciar un manejo médico exitoso. Siendo un coronavirus, de implantación respiratoria y que produce inflamación, el uso de antinflamatorios fue, sin embargo, proscrito. Los científicos paradigmáticos manejaron un protocolo diferente.
Finalmente, no debemos permitir que nos sea impuesta una llamada “nueva normalidad”, que posee un criterio que no va de acuerdo con nuestra esencia, y menos cuando esta imposición es producto de una irresponsabilidad por parte de países y grupos con sus propias agendas, y de instituciones cuya misión debía haber sido proteger la salud y seguridad de la humanidad.
DR. ESTEBAN MORALES VAN KWARTEL